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Mientras muchos países continúan negándose a limitar sus emisiones contaminantes y se vuelven más probables o frecuentes los eventos climáticos extremos, algunos investigadores sostienen que es tiempo de desarrollar un plan alternativo: la geoingeniería. Por este método, el dióxido de carbono se elimina de la atmósfera, la cantidad de radiación solar que calienta al planeta se reduce, o ambas cosas.

Mientras muchos países continúan negándose a limitar sus emisiones contaminantes y se vuelven más probables o frecuentes los eventos climáticos extremos, algunos investigadores sostienen que es tiempo de desarrollar un plan alternativo: la geoingeniería. Por este método, el dióxido de carbono se elimina de la atmósfera, la cantidad de radiación solar que calienta al planeta se reduce, o ambas cosas.

Mientras muchos países continúan negándose a limitar sus emisiones contaminantes y se vuelven más probables o frecuentes los eventos climáticos extremos, algunos investigadores sostienen que es tiempo de desarrollar un plan alternativo: la geoingeniería. Por este método, el dióxido de carbono se elimina de la atmósfera, la cantidad de radiación solar que calienta al planeta se reduce, o ambas cosas.


Hay varias propuestas que se ajustan a estas amplias categorías, y varían mucho en términos de su aceptación y de su viabilidad a gran escala. Sin embargo, por ahora los planes son muy generales y ocupan un lugar marginal en los debates sobre el clima. Esto se aplica especialmente a la categoría de geoingeniería llamada “manejo de la radiación solar”. Esto incluye, en orden descendente de viabilidad probable a gran escala, rociar aerosoles en la atmósfera, blanquear nubes marinas, enviar al espacio satélites con espejos y blanquear la superficie de los océanos, según el investigador David Keith.

La otra categoría de la geoingeniería es la eliminación del dióxido de carbono, e incluye medidas tan aceptadas como plantar bosques para utilizarlos como sumideros de carbono o quemar biomasa en lugar de combustibles fósiles como el carbón. Los enfoques más recientes en materia de eliminación del dióxido de carbono también proponen cultivar grandes cantidades de algas a partir de las cuales se pueda elaborar biocombustible y, lo que genera más controversia, espolvorear minerales como hierro o piedra caliza sobre partes del océano.

Keith, científico ambiental de la canadiense Universidad de Calgary, es uno de los principales promotores de la geoingeniería. Pero él y sus colegas se apresuran a destacar que no se debería pensar estas soluciones técnicas al cambio climático como sustitutos de la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. También observan que la mayor parte de estas tecnologías no están ni cerca de listas para su uso y que lo que más se necesita es investigar para determinar qué consecuencias adversas pueden tener esas soluciones y si éstas incluso funcionarán. Es decir, si realmente se puede pensar en esto como un plan B.

Por ahora persisten muchos temores sobre las posibles implicaciones ecológicas de la geoingeniería. Y será necesario resolver estos asuntos científicos, así como otros políticos y legales, para avanzar más. A Brad Allenby, profesor de ingeniería y ética en la Arizona State University, le preocupa que se pueda pasar por alto los efectos colaterales que estas soluciones puedan tener sobre otros fenómenos, como los patrones meteorológicos o el ciclo del nitrógeno.

“Estas tecnologías son importantes, pero necesitamos comprender mucho más, en particular sobre la escala. ¿Cuándo pongo suficiente material en la estratósfera para cambiar los patrones monzónicos?”, plantea Allenby en una conferencia realizada el 27 de septiembre en Washington. Según él, es necesario dejar de pensar en la geoingeniería únicamente como “tecnologías de cambio climático”, dado que éste es sólo uno de una serie de temas interconectados.

Más allá de estos problemas conceptuales y ecológicos, esta tecnología potencial también plantea cuestiones espinosas para el derecho y la gobernanza internacionales. Jason Blackstock, del Instituto Internacional para el Análisis de Sistemas Aplicados, con sede en Viena, cree que el uso de la geoingeniería puede, en última instancia, traducirse en una narrativa política y una acción unilateral.

Un país pobre que se sienta afectado porque otro rico no reduce sus emisiones contaminantes puede decidir tomar medidas de geoingeniería por sí mismo, sostiene. Blackstock no cree que Estados Unidos vaya a ser el primero en adoptar este tipo de medidas, sino que es más probable que lo haga una economía emergente.

También está la posibilidad de que las corporaciones privadas o los individuos usen la geoingeniería para combatir el cambio climático por su cuenta. Pero, como señala Dan Bodansky, profesor de leyes, ética y sustentabilidad en la Arizona State University, esto no será un acto aislado, sino “una actividad continua a lo largo del tiempo”.

Será difícil tomar medidas de geoingeniería sin el conocimiento de los gobiernos, pero todavía no está claro quién tiene jurisdicción sobre esto y qué gobiernos o entidades deberían responder en este sentido, asegura. El otro temor es político. Si se puede acceder fácilmente a las opciones de la geoingeniería, ¿ acaso existirá todavía el incentivo de reducir significativamente las emisiones?

Es posible que para 2015 las opciones de geoingeniería puedan usarse para negociar en cumbres como la 15 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, realizada el año pasado en Copenhague, y la que se llevará a cabo este año en Cancún, sostiene Blackstone. Por ahora, Keith y sus colegas simplemente esperan que se investigue más, tanto en las tecnologías de la geoingeniería como en las polémicas cuestiones que plantea. Admiten que la geoingeniería a escala planetaria tienen grandes riesgos, pero también saben que puede llegar un momento en que los supere el riesgo de emergencias inducidas por el cambio climático.

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